Cómo elegir el diafragma perfecto para nuestras fotografías
Si queremos evitar problemas técnicos a la hora de hacer una fotografía, tenemos que vigilar el triángulo de exposición: la relación entre la sensibilidad, el tiempo de obturación y el diafragma. Con este último controlamos la nitidez en la imagen. Es fácil confundirse y perderse con los f, los números grandes y pequeños que dan más o menos profundidad, la difracción, el punto dulce… Vamos a desentrañar los misterios del diafragma.
El diafragma es uno de los pilares de la exposición, pues controla la cantidad de luz que llega al sensor. Este mecanismo está en el interior de los objetivos, aunque en las cámaras de placas más antiguas era una simple placa metálica de quita y pon. Ahora es un conjunto de palas que, según se abran o cierren, dejarán pasar más o menos luz. Y cuántas más palas, más circular será la abertura y mejor aspecto tendrán las zonas desenfocadas.
Muchos fotógrafos que empiezan creen que necesitan un objetivo luminoso, pues será mejor; o que si quieren profundidad de campo tendrán que cerrar el diafragma al máximo; otros buscarán el punto dulce para evitar la difracción sin saber muy bien qué es… Al final nunca tenemos claro qué es lo que tenemos que hacer y lo dejamos al libre albedrío de los automatismos.
Los secretos del diafragma
Lo primero es saber el porqué de la escala, por qué nos lía tanto que un número pequeño sea un diafragma abierto y uno grande sea uno cerrado. Todo viene de la necesidad de conseguir una escala que nos permita reducir o aumentar la cantidad de luz a la mitad o al doble. Y la clave es la raíz cuadrada de 2, que permite esta progresión.
La raíz cuadrada de 2 es 1,4, de esta forma conseguimos la escala tal como la conocemos: f1; 1,4; 2; 2,8; 4; 5,6; 8; 11; 16; 22; 32… Como dicen en la Wikipedia, ‘… cada abertura de esta serie abarca la mitad del área que la que le precede’. Y siempre relaciona la cantidad de luz que llega al sensor con el diámetro de las lentes del objetivo. La magia de las matemáticas permite que cualquier objetivo a f5,6, por ejemplo, deje pasar exactamente la misma cantidad de luz.
Un diafragma que deje pasar más luz tiene menos profundidad de campo, y viceversa. ¿Por qué sucede esto? Si abrimos el diafragma al máximo, la luz llega a través de la mayor parte del diámetro de la lente, que es curva. Y la luz, que se trasmite en línea recta, cambia de dirección al pasar por el plano convergente de la lente para concentrarse en un punto. Las líneas que llegan de los extremos recorren más distancia que las que están en el centro. Y por esto, solo vemos una parte enfocada.
Sin embargo, al cerrar el diafragma, la superficie útil de la lente es menor, y por eso aumentan los planos de nitidez… Si queremos nitidez solo en un punto, abrimos, y si queremos todo enfocado, cerramos. O la regla mnemotécnica que tengo: ‘poca profundidad, número pequeño; mucha profundidad, número grande’.
Elegir un diafragma u otro
Hasta ahora hemos visto para qué sirve y cómo funciona. Pero nos hemos olvidado de los problemas. Los diafragmas abiertos, los que dejan pasar más luz, provocan el viñeteado de las imágenes y menos nitidez. Y los más cerrados ampliarán la profundidad de campo, pero a cambio tendremos la temida difracción, que provoca una pérdida importante de definición.
Por este motivo, es crucial probar nuestro objetivo y ver los diafragmas que nos dan más calidad. Y por eso siempre oiremos hablar del punto dulce, que no es otra cosa que elegir los diafragmas que más nitidez ofrecen, y que siempre suelen ser los centrales. Os vamos a enseñar una prueba con uno de nuestros objetivos. Cada uno de nosotros deberá hacerlo con su equipo porque los resultados no son extrapolables.
Es verdad que cerrar el diafragma nos da más profundidad de campo, pero a cambio de perder nitidez por la difracción. Tenemos que elegir entre profundidad o nitidez. No nos queda más remedio. O apostar por los objetivos más caros del mercado. O cambiar la distancia a la que vamos a ver la fotografía, o la hiperfocal, pero eso es otra historia…
En las fotografías de ejemplo, el enfoque está en el primer jarrón. La primera imagen está disparada a f8 y la segunda a f22. Como es lógico, la profundidad de campo es mayor en la segunda, algo que se puede apreciar a simple vista. Pero si nos acercamos al 100% todo cambia. Y nos damos cuenta de que todo depende de las herramientas que tengamos entre manos y cómo las usemos.
No es necesario apostar siempre por el objetivo más luminoso, sino por aquel que esté mejor construido (aunque muchas veces suele coincidir). Elegir un diafragma u otro cambiará el aspecto de nuestros disparos y no solo por el manido tema de la profundidad, sino por los problemas ópticos que pueda tener.
Si no queremos complicaciones y acertar siempre, trabajar con los diafragmas centrales nos dará la mayor calidad posible de todos y cada uno de los objetivos que tengamos en nuestra mochila. Pero si queremos hilar fino, no nos queda más remedio que plantar la cámara en un trípode y disparar la misma fotografía con todos los diafragmas hasta dar con los que den el mejor resultado.
Y os aseguro que este camino es el más lógico para disfrutar del mejor conjunto cámara, objetivo y sensor.
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1 Comentario
Muy buen artículo, explicando el origen matemático de la escala de diafragama. Con el mismo rigor técnico podría hacer más incapié en cómo calcular el punto dulce de cada objetivo (sobre dos EV por encima de la apertura máxima) pues el término diafragmas ‘centrales’ queda algo ambiguo. También que el diafragma ideal dependerá de la intención del fotógrafo y el uso del enfoque selectivo de los diferentes planos. También el vital equilibrio entre diafragma y tiempo de exposición, pues aumentar el tiempo puede ser crítico en algunas circunstancias.
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