Heridas que sanan, por Pedro Abel Adalia
Mi nombre es Pedro Abel Adalia. Soy un joven fotógrafo, amante de la naturaleza y la vida salvaje que, trata de concienciar, con mi trabajo, sobre las maravillas que podríamos perder si no actuamos ahora. Hoy vengo a hablar sobre un crimen contra nuestro patrimonio natural que acaba afectándonos a todos: el furtivismo.
La caza furtiva es objetivo de repudio para nuestra sociedad, pero pocos conocen la realidad de esta lacra. La información que a menudo se nos da en los medios tiene un claro principio, un trágico nudo y un fatal desenlace; el mecanismo parece sencillo y las intenciones claras: los furtivos buscan al elefante, lo matan, le despojan de sus colmillos, dejan su cuerpo a merced de los carroñeros y luego venden el marfil al mercado negro por cantidades muy altas de dinero ¿verdad?, sin embargo, la realidad, sin estar muy alejada de los primeros pasos, tiene un intermediario mucho más global y peligroso: las mafias. Las mafias terroristas que actúan en todo el mundo, obtienen las armas, para cometer sus terribles atentados, a partir de los ingresos que obtienen del marfil, pues son ellos los que se encargan de distribuirlo al mercado negro. Se calcula que, cada año, 30.000 elefantes son asesinados por sus colmillos, el cual se vende a los países orientales, donde creen en sus falsos poderes afrodisiacos.
Realmente los cazadores furtivos forman parte de la población local, a los cuáles los núcleos terroristas les dan una ínfima parte de lo que obtienen pero que, aun así aceptan. El rastro de muerte que estos dejan es cómo una nube negra que se cierne sobre la sabana. Cada vez que hacen acto de presencia, no hay animal que esté a salvo, pues la sed de codicia por la que se mueven les lleva a explorar cada rincón de África en busca del ansiado marfil. Esta triste historia se extiende a lo largo del ya herido continente negro.
Pero ya no hay tiempo para explicaciones, hay que actuar ahora. Por esa razón, esta vez me centraré en la esperanza, y en cómo podemos terminar con esta lacra que acaba, cada año, con la vida de miles de inocentes.
La base de la recuperación de nuestro planeta reside en la educación y en el reparto igualitario de la riqueza. Cada vez son más las personas implicadas en la conservación del medio ambiente y en la protección de la vida salvaje. El turismo sostenible es una de las actividades que más ingresos generan en los países africanos y es la que más trabajo da; por lo que demostrar a la gente local la importancia de conservar estos animales puede mejorar no sólo el medio natural si no la vida de estas personas, en su mayoría con pocos recursos. Uno de los países más concienciados con el furtivismo es Kenia, país pionero en la prohibición de la caza deportiva y en la conservación de su patrimonio natural. Hoy vengo a hablar de uno de los proyectos más conmovedores: el orfanato de elefantes de David Sheldrick, ubicado en el parque nacional de Nairobi, en la capital de Kenia. Comenzaré con algo de historia: Daphne Sheldrick fundó en 1977, en memoria de su marido, David Sheldrick, el cual fue un famoso defensor de la naturaleza y en especial, de los elefantes y rinocerontes.
El orfanato se encarga de acoger a los pequeños elefantes que han caído víctima de la caza furtiva, para posteriormente tratar de curar el sufrimiento físico y psicológico, que les quedan ante la pérdida de su madre. Muchos llegan heridos y huérfanos, pues sus madres han sido asesinadas por ser simplemente portadoras del tan codiciado marfil. Los pequeños elefantes, con el miedo aún en sus ojos, son recogidos en la sabana y trasladados a las cuadras donde permanecen durante un tiempo indefinido, junto con sus salvadores y vigías o dicho de otra manera, con los cuidadores del orfanato. Allí reciben todos los cuidados necesarios, para intentar sanar sus heridas, algunas de ellas requieren intervención quirúrgica urgente y, otras, mucho amor y paciencia, pues estos animales, llenos de sentimientos y emociones, se vuelven desconfiados.
Los cuidadores del centro, a menudo duermen con ellos y pasan gran parte de su tiempo acompañándoles en sus quehaceres cotidianos. De esta forma, crean un fuerte vínculo con los pequeños, algo vital para su recuperación y posterior vuelta a la naturaleza.
El orfanato de David Sheldrick abre sus puertas al público tan sólo una hora al día para alimentar a las crías en un recinto en el que además, podemos verles jugar y disfrutar de sus baños de barro. Es realmente conmovedor y divertido ver a estos pequeños gigantes ser alimentados por sus cuidadores con esos biberones gigantes. Es muy fácil llegar a emocionarse durante la visita, pues los cuidadores van presentando, por su nombre, a cada una de las crías y cuentan su trágica historia, mientras que estas se alimentan con gran ansía y juegan despreocupadamente, como tratando de olvidar su terrible pasado. Para los turistas es como visitar un colegio a la hora del recreo. El dinero obtenido por la entrada va a parar directamente a la fundación que maneja el centro y, por supuesto, a conseguir todos los materiales necesarios para sacar adelante a los pequeños elefantes. También se pueden realizar donaciones o incluso apadrinar alguna de las crías, algo que ayuda a mejorar y acelerar su recuperación.
Cuando los jóvenes elefantes están listos para volver a la naturaleza, son trasladados al Parque Nacional de Tsavo (el más grande de Kenia) con la intención de reintegrarlos en las manadas salvajes. Los elefantes son animales que poseen una gran inteligencia y empatía, son capaces de sufrir las pérdidas familiares y de crear fuertes vínculos entre ellos. Por esta razón el alma de estos gigantes debe ser protegida a toda costa.
Seríamos realmente irresponsables si permitimos la desaparición de estos maravillosos seres. Es importante abrir los ojos al mundo, y mostrar que un elefante vale mucho más vivo que muerto. Luchemos por que el corazón de estos gigantes amables nunca se apague.
Podéis conocer más sobre mi trabajo en mi página web: https://www.adaliaphotography.com/
Seguidme también en las redes sociales: https://www.instagram.com/adaliaphotography_/?hl=es
Heridas que sanan, por Pedro Abel Adalia
Mi nombre es Pedro Abel Adalia. Soy un joven fotógrafo, amante de la naturaleza y la vida salvaje que, trata de concienciar, con mi trabajo, sobre las maravillas que podríamos perder si no actuamos ahora. Hoy vengo a hablar sobre un crimen contra nuestro patrimonio natural que acaba afectándonos a todos: el furtivismo.
La caza furtiva es objetivo de repudio para nuestra sociedad, pero pocos conocen la realidad de esta lacra. La información que a menudo se nos da en los medios tiene un claro principio, un trágico nudo y un fatal desenlace; el mecanismo parece sencillo y las intenciones claras: los furtivos buscan al elefante, lo matan, le despojan de sus colmillos, dejan su cuerpo a merced de los carroñeros y luego venden el marfil al mercado negro por cantidades muy altas de dinero ¿verdad?, sin embargo, la realidad, sin estar muy alejada de los primeros pasos, tiene un intermediario mucho más global y peligroso: las mafias. Las mafias terroristas que actúan en todo el mundo, obtienen las armas, para cometer sus terribles atentados, a partir de los ingresos que obtienen del marfil, pues son ellos los que se encargan de distribuirlo al mercado negro. Se calcula que, cada año, 30.000 elefantes son asesinados por sus colmillos, el cual se vende a los países orientales, donde creen en sus falsos poderes afrodisiacos.
Realmente los cazadores furtivos forman parte de la población local, a los cuáles los núcleos terroristas les dan una ínfima parte de lo que obtienen pero que, aun así aceptan. El rastro de muerte que estos dejan es cómo una nube negra que se cierne sobre la sabana. Cada vez que hacen acto de presencia, no hay animal que esté a salvo, pues la sed de codicia por la que se mueven les lleva a explorar cada rincón de África en busca del ansiado marfil. Esta triste historia se extiende a lo largo del ya herido continente negro.
Pero ya no hay tiempo para explicaciones, hay que actuar ahora. Por esa razón, esta vez me centraré en la esperanza, y en cómo podemos terminar con esta lacra que acaba, cada año, con la vida de miles de inocentes.
La base de la recuperación de nuestro planeta reside en la educación y en el reparto igualitario de la riqueza. Cada vez son más las personas implicadas en la conservación del medio ambiente y en la protección de la vida salvaje. El turismo sostenible es una de las actividades que más ingresos generan en los países africanos y es la que más trabajo da; por lo que demostrar a la gente local la importancia de conservar estos animales puede mejorar no sólo el medio natural si no la vida de estas personas, en su mayoría con pocos recursos. Uno de los países más concienciados con el furtivismo es Kenia, país pionero en la prohibición de la caza deportiva y en la conservación de su patrimonio natural. Hoy vengo a hablar de uno de los proyectos más conmovedores: el orfanato de elefantes de David Sheldrick, ubicado en el parque nacional de Nairobi, en la capital de Kenia. Comenzaré con algo de historia: Daphne Sheldrick fundó en 1977, en memoria de su marido, David Sheldrick, el cual fue un famoso defensor de la naturaleza y en especial, de los elefantes y rinocerontes.
El orfanato se encarga de acoger a los pequeños elefantes que han caído víctima de la caza furtiva, para posteriormente tratar de curar el sufrimiento físico y psicológico, que les quedan ante la pérdida de su madre. Muchos llegan heridos y huérfanos, pues sus madres han sido asesinadas por ser simplemente portadoras del tan codiciado marfil. Los pequeños elefantes, con el miedo aún en sus ojos, son recogidos en la sabana y trasladados a las cuadras donde permanecen durante un tiempo indefinido, junto con sus salvadores y vigías o dicho de otra manera, con los cuidadores del orfanato. Allí reciben todos los cuidados necesarios, para intentar sanar sus heridas, algunas de ellas requieren intervención quirúrgica urgente y, otras, mucho amor y paciencia, pues estos animales, llenos de sentimientos y emociones, se vuelven desconfiados.
Los cuidadores del centro, a menudo duermen con ellos y pasan gran parte de su tiempo acompañándoles en sus quehaceres cotidianos. De esta forma, crean un fuerte vínculo con los pequeños, algo vital para su recuperación y posterior vuelta a la naturaleza.
El orfanato de David Sheldrick abre sus puertas al público tan sólo una hora al día para alimentar a las crías en un recinto en el que además, podemos verles jugar y disfrutar de sus baños de barro. Es realmente conmovedor y divertido ver a estos pequeños gigantes ser alimentados por sus cuidadores con esos biberones gigantes. Es muy fácil llegar a emocionarse durante la visita, pues los cuidadores van presentando, por su nombre, a cada una de las crías y cuentan su trágica historia, mientras que estas se alimentan con gran ansía y juegan despreocupadamente, como tratando de olvidar su terrible pasado. Para los turistas es como visitar un colegio a la hora del recreo. El dinero obtenido por la entrada va a parar directamente a la fundación que maneja el centro y, por supuesto, a conseguir todos los materiales necesarios para sacar adelante a los pequeños elefantes. También se pueden realizar donaciones o incluso apadrinar alguna de las crías, algo que ayuda a mejorar y acelerar su recuperación.
Cuando los jóvenes elefantes están listos para volver a la naturaleza, son trasladados al Parque Nacional de Tsavo (el más grande de Kenia) con la intención de reintegrarlos en las manadas salvajes. Los elefantes son animales que poseen una gran inteligencia y empatía, son capaces de sufrir las pérdidas familiares y de crear fuertes vínculos entre ellos. Por esta razón el alma de estos gigantes debe ser protegida a toda costa.
Seríamos realmente irresponsables si permitimos la desaparición de estos maravillosos seres. Es importante abrir los ojos al mundo, y mostrar que un elefante vale mucho más vivo que muerto. Luchemos por que el corazón de estos gigantes amables nunca se apague.
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